sábado, 6 de diciembre de 2008

Cuatro siglos de procesiones en Almendralejo




Aunque la historia de las actuales hermandades penitenciales almendralejenses arranca en el siglo XX, puede aseverarse con todo el rigor histórico que aportan numerosos documentos, que ya en el siglo XVI existían hasta ocho cofradías de diversa índole, número elevado, si se tiene en cuenta el número de habitantes con que entonces contaba la población. Estas corporaciones basaban su acción en la ayuda y el socorro mutuo de los hermanos, teniendo como eje vertebral el fervor hacia una devoción determinada, como resalta el historiador local Leocadio Moya, que advierte la presencia de la cofradía de Ánimas; la del Santísimo Sacramento; la de Nuestra Señora del Rosario, fundada por emigrantes portugueses; o la de San Pedro, cuyo objetivo era el socorro a los sacerdotes, aunque con el paso del tiempo pasó a ser de laicos, especialmente los relevantes de la villa.
El mismo historiador nos dice que aún más interesante es la existencia de una cofradía llamada de la Cruz, circunstancia que, unida a la presencia de un humilladero conocido como de la Vera Cruz - citado en 1550 y convertido en ermita para 1557-, nos pone en la pista de que podría tratarse de una cofradía penitencial. Por otro lado, cabe destacar que en 1659, los carpinteros y ensambladores de Mérida Juan Luis y Alonso Luis realizan un altar, en la parroquia de la Purificación para la Hermandad de la Cruz o de la Pasión, donde estaba la imagen del Crucificado, por 1.825 reales. El mayordomo había recaudado en limosnas 800 reales y obtuvo licencia para vender una escritura de censo de 480 reales, de la Cofradía, para ayudar a este gasto.
No obstante, si hemos de hablar de procesiones penitenciales y basarnos en testimonios meramente documentales, debemos acudir a las investigaciones realizadas por el doctor en Historia Francisco Zarandieta, quien atestigua la existencia de los datos escritos más antiguos sobre nuestra Semana Santa en los albores del siglo XVII, concretamente en 1609, año en que el Concejo (Ayuntamiento), ordena “empedrar algunas calles” de nuestra ciudad, probablemente las más céntricas, “para que pueda pasar la procesión de los Disciplinantes” en la jornada del Jueves Santo. Este dato es muy revelador, ya que, por un lado, nos informa del tipo de procesiones que recorrían las calles de Almendralejo en esta época y, por otro, el peso específico que debieron tener en la sociedad de aquel tiempo, como lo demuestra el que el gobierno local se preocupe de adecentar las principales vías para que el cortejo penitencial se desarrolle con la mayor dignidad posible.
Aunque no poseemos más datos que el adjetivo “Disciplinantes” para descifrar las características de estas primeras procesiones de Semana Santa en Almendralejo, sí podemos señalar que, con casi toda probabilidad, siguieron el modelo que por aquellas fechas imperaba en el Reino de Castilla, que no era otro que el de la salida, al anochecer, de un cortejo compuesto por dos filas de hombres, que iban con el rostro cubierto por un capirote romo o un velo sujetado por coronas de espina y vestidos con una túnica de lienzo basto, que dejaba al descubierto la espalda, la cual se iban azotando o “disciplinando” con largos flagelos; también era común la presencia de los “empalados”, cuya presencia, con el paso del tiempo, se redujo a la zona norte de Cáceres. Todos debían ser hermanos de la cofradía en cuestión y estaban acompañados, a cada trecho, por otros hermanos “de luz”, que portaban cera o antorchas para hacer visible el itinerario. Estas dos filas de penitentes las cerraba el sacerdote, quien portaba la imagen titular de la cofradía, que solía ser un pequeño crucifijo o un cuadro con una imagen pasionista. Del mismo modo, debemos decir que, seguramente, estas procesiones saldrían de la parroquia de la Purificación, entonces conocida como “de la Candelaria”, y recorrerían las calles del centro para visitar los conventos y ermitas existentes, donde hacían “estación”, rezando misterios del Santo Rosario, regresando al templo muy entrada la noche.
Como se comentó más arriba, el hecho de que la fundación de las cofradías que actualmente existen en Almendralejo sea algo reciente, no significa que las procesiones de Semana Santa no tengan honda raigambre en nuestra ciudad. Prueba de ellos es la del Santo Entierro que, a pesar de no tener hermandad, cuenta con una historia de varios siglos, hallándose ya constancia documental en el año 1627, en cuya Semana Santa estrena un palio confeccionado con telas de “damasco y terciopelo negro”, adquiridas a un comerciante de Zafra, según se extrae del libro de sesiones del Concejo, que era el patrono y organizador de dicha procesión, a la que asistía el equivalente a la actual corporación municipal, así como los caballeros y nobles.
Ya en una nueva centuria, el siglo XVIII, y siempre según las investigaciones del doctor Zarandieta, logran consolidarse dos procesiones, como son las de Jesús Nazareno, que habitualmente salía el Miércoles Santo; y la del Santo Entierro, que, con carácter de oficialidad, concurría desde la parroquia de la Purificación.
Como era costumbre en todo el territorio de Castilla, este tipo de manifestaciones suponían un auténtico acontecimiento social, ya que formaban parte del cortejo las personas más notables de la villa, así como las comunidades de religiosos con presencia en ella. Con relación a ello, cabe destacar que, en 1725, el Concejo acuerda “enviar recado” a los frailes franciscanos del convento de San Antonio para que acompañen a las procesiones de Semana Santa. Más de un cuarto de siglo después, hacia 1750, el Consejo de Orden del Reino comunica al Ayuntamiento de Almendralejo la necesidad de que las procesiones de Semana Santa “se celebren por la mañana” y se prohiban todo tipo de “disciplinantes, encapuchados o empalados” a fin de que se pudieran ver los rostros de los participantes en las procesiones. Con relación a ello, cabe señalar que esta orden no es restrictiva de nuestra ciudad, si no que se aplica a todo el territorio nacional debido a los numerosos disturbios que, por aquella fecha, se registraron en este tipo de manifestaciones, al entenderse la política reformista de Carlos III como un ataque hacia las cofradías.
Nos situamos ya en el XIX con un incremento en las actividades penitenciales almendralejenses a lo largo de sus Semanas Santas, como lo recoge en sus memorias José Velasco, importante empresario local, cuya familia patrocina una reforma de las andas del paso del Santo Entierro y la constatación de la existencia de, además de la procesión de Jesús Nazareno, de otra en cuyo cortejo figuraba un Jesús Amarrado a la Columna, que probablemente procesionara la talla que actualmente preside el altar de la Entrada de Jesús en Jerusalén, en la parroquia de la Purificación. En esta misma centuria tenemos numerosas noticias sobre la procesión de La Soledad, que solía salir en la noche del Viernes de Dolores, acompañada de mujeres portando velas de cera, tal y como lo hace actualmente el Viernes Santo.
En las postrimerías del siglo, comienza a procesionarse la imagen del “Señor del Amparo”, que era como se conocía antiguamente al que en la actualidad es el titular de la cofradía del Cristo del mismo nombre, con sede en la iglesia del Corazón de María. La imagen salía del mencionado templo, acompañado por el pueblo, en la tarde del Viernes Santo y, tras recorrer la callejita de Las Lanchas, llegaba hasta la parroquia de la Purificación, donde se unía a la procesión del Santo Entierro, recorriendo ambos pasos las calles Reina Victoria y Real.
Volviendo a la etapa finisecular, hemos de acudir a las memorias del almendralejense José Navia Vargas, quien recurre a las narraciones de su madre para contarnos cómo se desarrollaba la Semana Santa de finales del XIX y principios del XX.
Según este autor, la Semana Santa empezaba simbólicamente la semana anterior con el Septenario a la Virgen de Dolores, que se celebraba con gran esplendor y solemnidad; no en balde eran los Mayordomos los señores marqueses de Monsalud; con tal motivo la señora marquesa, como Camarera, custodiaba en su palacio mantos de riquísimo bordado, coronas, alhajas, candelabros, faroles procesionales (todo de plata repujada) que portaban los serviciarios del palacio (todos estos objetos desaparecieron sin que haya vuelto a conocerse su paradero.
El Viernes de Dolores se celebraba la primera procesión y a su terminación se trasladaba la Virgen al palacio, donde quedaba instalada en el salón principal de rico artesonado (también desaparecido) por privilegio que tenían concedido de la Santa Sede los señores marqueses, hasta el Miércoles Santo que volvía a la Parroquia para salir de nuevo en procesión con el Señor Amarrado y el Nazareno, las dos imágenes de tallas muy buenas, la primera adquirida por la feligresía siendo Párroco y arcipreste don Francisco Lergo Rama ya, de feliz memoria, y el Nazareno, con un espléndido paso tallado, costeado todo ello por doña Cunigundis Fernández de Córdova.
En el Jueves Santo, los Oficios Divinos eran por la mañana; el Lavatorio, Sermón del Mandato, con el canto de Tinieblas por la tarde, y llenaban por completo todo este día, señalando que desde las doce hasta el anochecer se veían las calles repletas de chicas jóvenes que, ataviadas con la clásica mantilla española, visitaban los Sagrarios.
El Viernes Santo, terminados los Oficios y retirado el Monumento, salía de la Parroquia un Vía Crucis de penitencia que finalizaba en la Iglesia de San Antonio; en la tarde de este mismo día y después del canto de Tinieblas, salían de la Iglesia del Corazón de Maria los pasos del Santísimo Cristo del Amparo y Maria Santísima de la Piedad en su Misterio Doloroso, uniéndose al Santo Entierro que salía de la Parroquia en un espléndido paso; se hacia el recorrido de costumbre, y a su regreso entraban todos en el templo Parroquial donde hacían Estación y entonces se celebraba un acto muy emotivo y en el que el pueblo participaba con verdadero fervor y religiosidad; rompía marcha la Cruz Parroquial con los ciriales, detrás dos acólitos con incensarios y seguidamente la urna con el Santo Cristo Yacente, a continuación el Clero cantando el Miserere y detrás la Dolorosa; una vez que daba la vuelta completa al templo se acercaba el paso al púlpito y el Preste desde este lugar tomaba en brazos al Señor y subiendo al presbiterio lo depositaba en un sepulcro tallado muy antiguo que de antemano se tenía colocado al lado del Evangelio.
En el Sábado Santo, se celebraban los Oficios propios del día y al entonar el Gloria se corrían los velos del altar mayor y aparecía el Resucitado encima del sepulcro donde había sido depositado la noche del Viernes; dato curioso y que ya desapareció por completo, era la chiquillería que acudía ese día a la Parroquia con toda clase de vasijas y que esperaban a que terminaran los actos y de un recipiente grande lleno de agua bendita colocado en la puerta mayor, los serviciarios de la Parroquia se encargaban de llenarles de agua los cacharros y que éstos llevaban a sus casas y con ramos de olivo bendecidos el Domingo de Ramos, rociaban los rincones diciendo estas palabras: «Salid, demonios, del rincón, que ya resucitó Nuestro Señor».
El Domingo de Resurrección salía por la mañana la procesión del Resucitado y la Virgen Resucitado que, con el paso del tiempo, fue una de las más populosas, y era conocido como “La Carrerita”, ya que en la calle Reina Victoria, entonces denominada “de la Jara”, se producía un encuentro entre el paso del Resucitado y una Virgen de gloria, (que es la que sale procesionalmente el día de la Purificación, titular de esta Parroquia). cuyos portadores, imprimían una gran velocidad a la ceremonia, de ahí su curiosa denominación. Al regreso, terminada ésta, se celebraba misa solemne, asistiendo a todos estos actos el Ayuntamiento en pleno con la Banda de música municipal, y así terminaban los cultos de Semana Santa.
Situándonos en 1910, encontramos más documentos que nos hablan de la Semana Santa, que comienza a adquirir su configuración habitual. Para ello, se recorre un largo camino que puede encontrar su primer hito, al existir constancia, en las crónicas de la comunidad de los misioneros del Corazón de María, de una procesión que salía de su templo a las seis de la tarde del Viernes Santo con el Cristo del Amparo y “una Virgen de los Dolores”, que se dirigían hacia la Purificación para unirse al Santo Entierro. Hasta la posguerra, la configuración de los desfiles procesioneles varió poco, si bien hay que hacer mención del año 1927, en el que se tiene el primer testimonio documental de la participaciòn de costaleros en Almendralejo. Fueron “unos sesenta” y, tras las procesiones, resultaron obsequiados con “vino y cajetillas de tabaco”. También por estas fechas comenzó a fraguarse una genuina tradición de la Semana Santa almendralejense, como es regalar caramelos en la tarde del Jueves Santo; por esta época, eran los de Casa Velasco los que tenían primacía sobre los demás.
De 1938 data la fundación de la primera de las que hoy perduran, la Hermandad del Santísimo Cristo del Amparo. Su estilo le viene conferido por el de la iglesia de los Padres Claretianos del Corazón de María, establecida en Almendralejo a fines del siglo XIX. Tuvo esta cofradía un aire romántico observable en sus pasos, estandarte y ciriales neogóticos, las túnicas moradas con cola de sus nazarenos, que mantienen la delicadeza romántica de los guantes blancos, y observable también en la melancólica expresión de sus pálidas imágenes, bellas creaciones de taller, típica de fines del siglo pasado.
De 1938 data la fundación de la primera de las que hoy perduran, la Hermandad del Santísimo Cristo del Amparo. Su estilo le viene conferido por el de la iglesia de los Padres Claretianos del Corazón de María, establecida en Almendralejo a fines del siglo XIX. Tuvo esta cofradía un aire romántico observable en sus pasos, estandarte y ciriales neogóticos, las túnicas moradas con cola de sus nazarenos, que mantienen la delicadeza romántica de los guantes blancos, y observable también en la melancólica expresión de sus pálidas imágenes, bellas creaciones de taller, típica de fines del siglo pasado.
En 1954, todavía bajo el estímulo del fervor devocional de la postguerra, y al abrigo de la restaurada parroquia de la Purificación, se funda la Cofradía de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder y María Santísima de los Dolores. Son sus titulares dos hermosísimas imágenes de candelero, nacidas de la gubia del maestro Mauricio Tinoco en el año 1946. Se observa en esta cofradía un estilo sevillano y barroco que contrasta con el antiguo estilo de la anterior. Primeramente por ser sus imágenes de candelero, es decir, vestidas con telas, lo que aumenta el realismo y la devoción del fiel que las contempla; además, el escultor santeño fue un dignísimo representante de la escuela sevillana de su época y un gran continuador de su estética barroca.
Sus reglas, el hábito nazareno, la insignia del simpecado, que ostentó desde el primer momento, las advocaciones que venera también la aproximan a las hermandades de Sevilla, principalmente a las llamadas de Silencio; en efecto, está comprobada su inspiración en la del Calvario, Silencio y Gran Poder, de aquella ciudad.
Es digno de mención, por otro lado, el cierto tono gremial que tuvo esta hermandad en su fundación, habiendo estado relacionados algunos de sus fundadores con las industrias del vino y los alcoholes; no obstante, en realidad se nutrió de la feligresía de su parroquia.
Auténticamente gremial fue en sus orígenes la que aún se conoce como cofradía de los Estudiantes, fundada en 1958 en torno a la actividad académica del colegio de Nuestra Señora de la Piedad, de enseñanza media. De estilo muy sevillano, cambió su primitiva imagen del Señor atado a la columna, antes mencionado, por la de Jesús Cautivo. Con el cambio de sede a la recién establecida parroquia de San José empezó a perder su carácter gremial y fue, como la de la Oración en el Huerto en San roque, la representación cofrade de los nuevos barrios, surgidos con la expansión urbana surgida a partir de los años sesenta y setenta.
De finales de esta época datan otras dos procesiones, ya desaparecidas, como son la de la Entrada en Jerusalén, que salía en la mañana del Domingo de Ramos con nazarenos de túnica blanca y antifaz amarillo y niños vestidos de hebreo; y la procesión “de los Gitanos”, que salía el Viernes Santo por la mañana con nazarenos de túnica morada y sin antifaz. Este cortejo procesionaba la imagen del Cristo que preside el altar mayor de la parroquia de San Roque y contaba con la peculiaridad de que todos sus componentes eran de etnia gitana, que le cantaban y bailaban durante el recorrido que hacía el Cristo, que llegó a ser conocido como “El Cachorro”, participando en una procesión “Magna” del Santo Entierro, cuya celebración, estipulada para los años que acaben en cero o cinco con la participación de todas las cofradías, se estableció también por esta época.
Tras un largo paréntesis, se fundaron las hermandades del Resucitado, La Merced y la Buena Muerte, finalizando, por el momento, el ciclo pasional de las cofradías con la aparición de la misma advocación con la que, seguramente, comenzaron las procesiones en Almendralejo, la Vera-Cruz..

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